Las metamorfosis de Dionisosraíces de la experiencia hermenéutica en la obra de arte
- Montes Fernández, Ignacio Manuel
- Alberto Ruiz de Samaniego Director
Universitat de defensa: Universidade de Vigo
Fecha de defensa: 11 de de febrer de 2022
- Domingo Hernández Sánchez President/a
- Chelo Matesanz Secretària
- Alberto Sucasas Vocal
Tipus: Tesi
Resum
La presencia de Dionisos en la historia del arte no se limita a la clásica imagen de dios borrachín, patrono de fiestas y bacanales. Para poder conocerlo en profundidad, tendríamos que visitar Micenas, que es donde encontramos sus primeras huellas. Allí lo veríamos en todas esas manifestaciones artísticas que van desde la pintura a la escultura, desde el ornamento a la arquitectura. En esta cultura, sus primeras imágenes están profundamente vinculadas con la naturaleza: así aparece, como dios-toro, en los frescos del palacio de Cnosos, en los que vemos a un acróbata saltar por encima de él; en las imágenes ornamentales que representan el triunfo de la vida vegetal, y hasta en esas cerámicas en las que la fauna marina nos observa con unos grandes ojos; en las espirales y laberintos que se labraban en los templos; y en esas pequeñas figurillas que representan al Minotauro. Dionisos es un dios irreductible, de ahí que su estética adquiera rasgos inefables, sublimes, enigmáticos. Se diría que la imagen hiciese justicia a su carácter metamórfico, pues Dionisos puede transformarse en aire, fuego, vegetal, agua y hasta en bestia. Con el apogeo de la razón griega, el dios se desgarra de su faceta más salvaje y animal, y sus imágenes adquieren rasgos antropomórficos. El canon matemático rige ahora las imágenes de los dioses, mas esto no impide que en ellas siga brillando el aura de lo mitológico y lo sublime. Frente a este exceso de racionalidad, surgieron en suelo griego toda una serie de alternativas a la religión pública-gubernamental. Entre ellas estaban los Misterios Dionisíacos, cuyo objeto era llevar a cabo la iniciación, en la que el novicio alcanzaba una especie de muerte simbólica para renacer como un ser nuevo. En toda la parafernalia de los Misterios era de suma importancia una Estética de los Cuatro Elementos, mediante la cual el participante se identificaba con los ciclos elementales y llevaba a cabo su metamorfosis. Tal estética iba a tener gran repercusión, más tarde, en los artistas del Renacimiento cuya obra constituye un importante legado del credo pagano. Las presiones de la Iglesia les obligaron a transmitir sus mensajes de forma enigmática, recuperando gran parte de la sustancia de la estética dionisíaca. Botticelli, Durero Tiziano, Leonardo, Miguel Ángel y Rafael, entre otros, concibieron sus obras como misterios para ser iniciados en una sabiduría que estaba en declive. Aunque en el Renacimiento no abundan las representaciones de Dionisos, su presencia se magnifica en el cuerpo de la obra, en su sustancia enigmática, sublime, que es donde cobra sentido. No es de extrañar que en el ocaso de la época barroca su figura se haya distorsionado tanto como para encontrarlo retratado como un dios gordinflón y borracho. Dicha imagen podría parecer anecdótica, pero no lo es; pues entendemos que esa apariencia de hombre entrado en carnes revela el espíritu de la época: esa pasión que se despierta en el Barroco por la Mathesis, por devorar datos. Después del empacho, cabría esperar la vomitona. Goya expresa este repudio del statu quo en su Saturno, que desgarra la carne de su hijo, como renegando de todo ese mundo relativamente joven que trajo el Barroco. Ahora queda abierta la vía para repensar el mundo, para renegar de un “yo” lastrado por tanto bagaje conceptual. Los románticos expresan este instinto de renuncia que los aleja de una cultura que ellos consideran decadente, y ese deseo que los lleva a querer fundirse con la naturaleza. La estética dionisíaca culmina en el arte Povera con un auténtico retorno a la Madre Tierra: una vía para repensar el pasado y el porvenir de la obra de arte en nuestra época. Una Poética de los Cuatro Elementos nutre la obra povera en su intento de crear una nueva imagen del mundo, replanteando el propio estatus de la obra de arte, el artista, el espectador y la sociedad. A través de ella, se recupera toda la riqueza del espacio hermenéutico, tal y como lo vivieron los griegos en su etapa arcaica: como una imagen del mundo todavía por formar.